DEVANEOS DE UNA FISGONA

25.12.2019

          "La doncella maldecía la vieja usanza de los Nobles: los abusos, los tormentos, la servidumbre y otros lamentos. Detestaba aquellas tediosas tardes de naipes y sus bailes de salón, las cacerías, sus manjares y el arte de la cetrería. Tras renunciar a su abolengo, olvidando timidez y acomodos de placer, afrontó, burlas, glorias y tropiezos de aquella España de poder, su esplendor en las letras, las artes y aquel inmenso saber de descaradas tramas siempre por resolver. Curiosa de rebuscar en enredos de plebeyos y patrañas de bribones, desalmados pendencieros e insolentes valentones. Allí, una atinada mollera, si el azar daba pábulo y el diablo consentía, presto sus andanzas volarían y la fama se impondría.

Mi escribanía
Mi escribanía

El negocio parecía descabellado, más desafiante y enrevesado. La noche bien cobija al fanfarrón, pues a falta de batallas o requiebros que librar, molesto ha de estar sin maravedíes que ganar. Su pasión por lo descarriado entre impávidos poetas y bufones enranciados, a la caza de musas atolondradas o que nunca cumplieron, en inmundas tabernas donde perder la razón era cuestión en demasía de vinos sin condición; o, en lupanares con hedor a sexo de cortesana pestilentemente perfumada, con fisgones a la caza de desdentadas y maliciosas alcahuetas, para satisfacer lo lascivo con dádivas abusivas en tabucos desaprensivos.

Aquellos ingratos tugurios proscritos lo eran a gritos, penados por la Corona y malditos por Jesucristo. Lo que desafiaba lograr amo talentoso para dama de abolengo, con mañas no adquiridas en tales descontentos.

La bella aristócrata simulará mendigar, habiendo de arreglar modales y apariencia para no despertar obscenidad de cafres, en tan burda atrocidad. Quizá engañar al bobo podría, mas burlar a la muerte e ignorar a la lujuria, si ambas se ofreciesen, seria harto complicado ocultar tan fatuos embustes del pasado.

Ponga interés y celo en la historia que me atrevo a relatar mas siempre evitaré su malestar; y al final, usted me juzgará, -si merezco recompensa, o a mi pesar, deshago lo que mi cálamo osó ingeniar-."

Madrid en el siglo de Oro
Madrid en el siglo de Oro

Erase un atractivo y pecaminoso Madrid, de aires renacentistas e influencia barroca, regido bajo la dinastía de los Austrias. Sus gobernantes despilfarraban cada vez más la costosa recaudación del pueblo, los nobles no producían por derecho, pero derrochaban en demasía y sin provecho. Solo el artesano cumplía lo acordado; imperaba hambre, miseria, epidemias y desigualdades. Felipe IV, solo pensaba en placeres, cultura y fiestas, lo que atraía a ilustrados y sabios de la costumbre española tan de moda en aquella Europa.

España, soberano y poderoso imperio de fuerzas bélica y política, con esplendor en la erudición y el mecenazgo. Nuestras prodigiosas mentes invadirían la literatura, el arte y la ciencia, cautivando a doctos del mundo. Las afiladas plumas de Cervantes, Góngora, Quevedo, Lope y Calderón, además de los déspotas pinceles de Zurbalán, Goya y Velázquez, inmortalizarían un admirado y colosal momento, nuestro flamante "Siglo de Oro". El lugar mas candente en la capital de la nobleza, sería el madrileño barrio de las letras.

Establecer la Corte en Madrid[1] hizo disparar su población tratando de sacar beneficio de la nobleza, se creó "la Regalía del Aposento" para paliar esa masificación ciudadana, obligando a los vecinos a dar camada al cortesano. Como represalias a la desfachatez, crean sus victimas las "Casas de la Malicia", fachadas de engañosa apariencia humilde, escondiendo sus lujos al descarado soplón. El barrio de la Latina conserva tales maldades.

Madrid crecía con admiración, alcanzó el primer puesto de las ciudades españolas, el número de tabernas se multiplicaba descaradamente al igual que sus mancebías para dar consuelo al promiscuo. Convivían vicio y depravación con curas, meapilas y su impertinente oración. Carecería de sentido la ciudad de los Austrias sin sus pestilentes y peligrosos barrios, de turbios negocios, tales osados acontecimientos transcurrirían cerca de la Puerta de Guadalajara, la Plaza de Herradores, en los bodegones o burdeles de Santo Domingo y San Gil.

La capital del reino era asediada por rufianes, soldados, vagos y campesinos. Las puertas de los templos, catedrales y conventos atestadas se mostraban de mendigos con malas mañas, quienes fingirán llagas, lepra e hinchazón de piernas; con engañosas muletas tantearán con celo la lamentona y la plañidera, así como diabólicas tretas de la pamplina. Sus úlceras las refrescarán y afeitarán para avivarlas cada día, lo que ensayarán y adiestrarán cual comediante da vida a su pantomima.

Mancebía
Mancebía

De los mendigos, con licencia del cura para vivir de la caridad, los de mayor condición serán los ciegos, con total autoridad para recitar coplas y negociar estupideces. Dominaban el engaño y la zalamería, regentaban mancebías o burdeles para vivir de lo impúdico. El reglamento real obligaba a sus meretrices a usar medios mantos negros, a diferencia del manto completo de las supuestas virtuosas. Las tusonas, de pelo corto por castigo o caído por secuelas de sus impúdicas fechorías, eran prostitutas de abolengo al servicio de los nobles, que constituían la aristocracia del oficio. Además de sus ferocidades eróticas, ofrecían al hidalgo, cultura y entretenimiento. Vivian en poblaciones con universidad o puerto para asegurar su sustento. Las rameras, putas o furcias eran las prostitutas de bajo linaje, aptas para satisfacer al desdichado plebeyo.

La Plaza Mayor atraía legiones de vividores que esperaban sacar lucro a la caridad, con sublimes e inocentes artes del embuste. La pobreza o muerte de los padres arrojaba a niños a las calles y plazas para ganarse la vida como truhanes. Los dacianos desgraciaban a esos pequeños, rompían brazos, pies, o quemaban sus ojos. Una vez deformes e impedidos, eran vendidos a ciegos, maleantes y bribones para su magistral trola.

El pícaro evitaba con astucia a la justicia, culpable del empobrecimiento poblacional de España y Europa del siglo XVI, desarraigado, sin patria ni dios ni expectativas de tenerla. Sin amores que lo templasen o atasen, perseguido por la ley, perfecto nómada de la falsa, cínico y ególatra. No era perverso, solo insolente y amoral, hurtaba para comer; mas temerario resultaba el rufián, verdadero ladrón, matón y hasta asesino. Tales pillos se dedicaban a diabólicos menesteres, malviviendo ante la carestía de recursos, tapadera de otras actividades ingratas de ganapanes o esportilleros que transportaban cargas, permitiéndosele entrar en viviendas y desaparecer con los bienes confiados, Los mayordomos robaban provisiones e implicaban a los mesoneros en sus gestas; los duendes se apoderaban en las noches encapotadas de las capas o acompañaban libreas de lacayos a casas de diversión, robaban cuanto podían, confundían fingiendo popularidad. Las encrucijadas de caminos o callejones de ciudades estaban repletas de indigentes, caldereros, pregoneros, mozos de mulas, buhoneros, arrieros, titiriteros. Había oficios que sin ser de la picaresca enaltecían pecaminosas empresas, como los jiferos, portadores de talegas vacías, merodeando los mataderos hasta volver con ellas llenas, sin reparos en qué poner dentro.

El paseo, práctica habitual para ocupar el inmenso tiempo libre de tanta gente ociosa, donde lucirse, presumir, alternar o flirtear con amoríos ocultos. El Retiro, el Alcázar, la Casa de la Panadería o Plaza Mayor, eran los lugares habituales reservado a la clase privilegiada para semejante galanteo.

Corral de Comedia
Corral de Comedia

En los mentideros se difamaba, se cotilleaba y se destripaba al amigo, entre los mas nominados el de las gradas del convento de San Felipe el Real, otro de renombre, fue el de las losas de Palacio que atraía a pretendientes, litigantes, gacetilleros con enredos palaciegos.

A mediados del siglo XVII, el precio de los libros les hizo inaccesible, la obra era contada, su brevedad enalteció la representación. Los corrales de comedia eran patios interiores, galerías, cuadras o aposentos, con un tablado o escenario cuyos espacios sin techumbre alojaban al publico, sus funciones se realizaban de día. El escenario tenia cortinas en el fondo, ocultaba los corredores y vestuarios, al carecer de telón un ruido inicial o musiquilla indicaba el inicio del espectáculo. Parte de los beneficios se destinaban a la caridad y los hospitales de pobres, aunque nunca se libraron de la agresividad y persecución de la desagradecida iglesia. En su interior encontramos el vestíbulo o zaguán donde está la alojeria, modesta dependencia donde ofrecer bebidas como la aloja, compuesta de agua, miel y especies aromáticas. Cruzando el zaguán llegamos al patio, donde el espectador masculino ve el acto de pie, anterior al patio existen bancos para públicos mas exigentes, las gradas o asientos mas acomodados están situados en los laterales, bajo la galería, circundando al patio. En el extremo opuesto a la entrada se levanta el tablado, tras éste vemos el vestuario. Sobre el zaguán y la alojeria se localiza la cazuela, para albergar a las mujeres del pueblo. Los laterales del primer piso estaban compartimentados a modo de palco, denominados aposentos, acomodaban a los nobles. Sobre la cazuela se ubicaba el desván o tertulia para disfrute del clero e intelectuales. Fueron muy nominados el Corral de la Pacheca, el Príncipe y de la Cruz.

Duelo
Duelo

El honor, respecto de las virtudes sociales; o, la honra, su manifestación externa, ambas muy valoradas. La vulneración de ello mediante agravios, podía ser reparada con el uso de la fuerza, exigiendo satisfacción. El español tenia fama de altanero y bravucón, obsesionado por tales glorias, provocando con gestos y reverencias ofensivas de deshonor. Una descara mirada, una extraña expresión, un desafortunado encontronazo, podrían hacerte participe de ello. El alcohol daba ese impulso para provocarlo. La milicia, diestra en el uso de la espada y la pistola, ofrecía ventaja en tales infortunios. Existían espadachines que suplantaban a otros en ajustes de cuentas. Distinguíamos duelos a primera sangre o a muerte; requerían padrinos, se declararon ilegales, celebrados al amanecer. Quevedo, era un excepcional espadachín, tremendamente irascible y fácil de invitar a su participación.

Tercios viejos
Tercios viejos

Los tercios, era la mejor fuerza de élite entrenada para el campo de batalla, la formación mas temida por franceses y holandeses durante los siglos XVI y XVII. Gran unidad militar terrestre o naval del ejercito español, formado por jóvenes voluntarios sanos mayores de 20 años. Su infantería de piqueros, respaldados en sus flancos por arcabuceros y mosqueteros, su precisión la adquirían al combinar largas picas con armas de fuego. Recibían sus soldados un "pan de munición", masa de levadura de baja calidad de trigo y centeno. Durante el siglo XVII defendieron posiciones complicadas en Flandes, durante la guerra de los 80 años. Dirigidos por el Duque de Alba, tachados de extremadamente violentos, valientes y muy temidos. Lograron su fama con victorias histórica en las batallas de Pavía (1525), Brenda (1624) y Mülberg (1547). Su extinción ocurrió al perder la batalla de Rocroi, con el declive del imperio español y su ejercito. Felipe V puso fin a estos pretenciosos bravucones.

Universidad de Alcalá de Henares
Universidad de Alcalá de Henares

La Universidad de Alcalá, fundada por el Cardenal Cisneros en 1499, merced a una Bula fundacional del papa Alejandro VI, acogió a ilustres estudiantes como Quevedo, Lope, Calderón y Nebrija. Modelo e inspiración de las universidades americanas y europeas. Impulsó el primer libro científicos de la España cristiana, la Biblia Políglota Complutense y la primera Gramática Castellana. Permitió la libertad de las modernas corrientes de pensamiento europeo, escotistas, eramistas y nominalistas, perseguidas en el resto de Universidades, por ello fue nominada ciudad de saber. Alcalá floreció y se adaptó para albergar estudiantes de la nobleza. En 1687 ostentó el titulo de "Ciudad" por Carlos II, a petición del caballero Diego Torres.

"Espero haberme alejado de la desfachatez, sin traicionar su expectación, Madrid requería finura y precisión. Aquella atrevida joven con su esfuerzo quizá algo enmendase y seguro lo transmitiese, mas me consta que no hubo en absoluto reacción. España férrea y arrogante, subsiste hoy saqueada por su nobleza, devastada por sus políticos y desencantada de la realeza"

                                                                Murcia 15 de noviembre 2019

                                                                Dr. Cayetano F. J. Pérez Gómez


[1] Con la muerte de Felipe II (1598), hubo un cambio de la Corte a Valladolid que duró 6 año, volviendo definitivamente a Madrid. Con Felipe III Madrid volvió a resurgir en 1606, con la construcción de Palacios, Conventos e Iglesias.