SI HAMBRE Y FRIO SUFRIERES, TINO E INGENIO FLORECIERE

15.04.2017









                                 A Mario, mi benjamín soñador  

"Espero no errar en mi suponer al mantener que infames alcahuetas salmantinas, para enredos que atender, no desesperarán al sospechar que el académico acudirá con papel y tinta más de la que necesitará. Dos manuscritos portará, La Celestina y una Pícara Justina; mas sin un maravedí que gastar. Satanás, le cebará hasta debilidad y siervo hará. El buscón Intentará mermar su quehacer, que por fácil y placentero, en hembra y vino se ocupará lo primero. Con fulanas galanteará y rufián se proclamará, para satisfacer hambres y obscenidad. De sus libros que se yo, queden en prenda hasta mejor condición."

Salamanca, asentada en el cerro de San Vicente y a la ribera del Tormes, conquistada por vacceos, vetones, romanos, visigodos, musulmanes..., alma máter castellana. Su universidad fundada en 1218, obra de Alfonso IX de León, adelantada europea en lucir la Real cédula de Alfonso X el Sabio[1]. Cuna de la élite en la España del Siglo de Oro. Tiempo después competiría con la de Alcalá (1499), con el único privilegio de cercanía a la corte matritense. La licenciatura universitaria salmantina era más prestigiosa, influyente y reputada. Aunque ambas universidades, con orgullo, simbolizaron la sabiduría y el poder de nuestra soberana nación.

Despierta y agitada, atraía esta ciudad a muy distintos visitantes. A ella acudían, trotamundos, santurrones, sinvergüenzas y eruditos en busca de gesta, empresa o amo a quien servir y sisar; o para acceder al privilegio del estudio: jóvenes caballeros acompañados de fámulos (pajes) o criados, a quienes igualmente se le abrían las puertas al anhelado conocimiento, aunque no entrara en sus famélicos planes. Maestros de otras universidades, codiciosos de sapiencia o impertinentes fisgones; comerciantes a la olisca de trapicheo o estafa atraídos por el encanto de sus ferias y mercados, o simplemente curiosos de tan enigmática metrópolis. Comediantes de la lengua con dramáticas pamplinas teatrales que distrajeran al vulgo; perdidos cuales desgraciados juglares buscando saciar barrigas, satisfacer negocios o al acecho de hembra promiscua o insatisfecha. Nobles, obispos, prelados y meapilas papales en nombre de la fe. No faltarán peregrinos en busca de un perdón inconcebible o penitencia que redimiese sus diabólicas fechorías.

La historia de tan astuta urbe será la de su estudiante, víctima de la hambruna, pobre como las ratas que cansado y harapiento perseguirá hábilmente cobijo, sobras de un cruel amo y lo que maquine su hábil mollera. Obcecado por los impulsos de su juventud, no reparará en maléficas tramas para sus caprichos y satisfacción. Lo que abocará a engaños y tretas, provocando bufas situaciones, cuando no trágicas. Lo que la estudiantina llamará "correr la tuna", vagabundear y holgazanear. Disfrutar una vida divertida y disoluta, cazando un sustento sin esfuerzo. La tuna surgió cuando la universidad cerraba sus puertas y el doctorando no tenía morada, entonces andará a la sopa[2] viviendo de sus encantos y en grupo, a la ansiosa espera de la reapertura de esos claustros del conocimiento, el enredo y el vicio. Allí donde amaneciere y despertare.

Para acoger y cubrir las necesidades del desgraciado bachiller, se crearon los colegios menores y mayores, aunque sus exigencias de acceso les convirtieran exclusivos de las familias acaudaladas. Los Hospitales del Estudio daban asistencia y posada a los más desfavorecidos. Los cetres o caldereros de agua bendita eran académicos que ayudaban a los sacristanes en sus menesteres, sacando dadiva de ello. Cuando el licenciado caía en desgracia y quedaba sin blanca, pasaba a formar parte del séquito como capigorrista de otros más pudientes, a cambio de condumio, aposento y atuendo; su misión era la de acompañar y servir en todo al amo, hasta de "correveidile". Su premio será graduarse a la par del mentor.

El docto avispado pronto desarrollará estilo propio nutrido de las ciencias y las experiencias de sus aulas, que utilizará para sobrevivir del cuento. Su inagotable y perversa mente ideará asombrosos montajes para acallar miserias a costa de lo ajeno, vivirá licenciosamente pordioseando o pegando un petardo[3]. Se le llamaba estudiantón, gorrón o machucas, y para conseguir sus objetivos se valía de las argucias de apolillarse o envilecerse, buscarse la vida con talento, engaño o industria, fingiendo pobreza y vilipendio, robando con sutiles artificios; y de hacer la guaya, implorar y ponderar exageradamente los infames oficios sufridos y las miserias padecidas. Demostrando extrema carestía como para robar las limosnas de otros más bobos. Pretendiendo ablandar a flojos o imbéciles, hasta sacar provecho de la patraña; eran expertos bribones adiestrados, o actores consumados en los secretos de la adulación y la arenga.

La estudiantina disponía de un amplio cartel de fechorías: la copia de manuscritos, el adiestramiento de otros más necios, tañer instrumentos, bailar, torear, componer letrillas, dar música. Más ostentoso, perfecto y con mejor acierto, dado su conocimiento del culto latín, que a falta de su dominio, improvisaban e inventaban sin riesgo a delatarse ante tan tosca sociedad. Su saber resultaba excelente para falsificar documentos de propiedades, de títulos, suplantar a nobles, etc. Más despreciable para tan implacables impostores era enamorar dama o sirvienta poco agraciada, buscando favores de sustento o de pasión; dependiendo de cuan sabroso fuese el bocado.

Conocidas las vastas habilidades en las cocinas de las esclavas de la pureza, el estudio y la meditación. Procuraban su amistad hasta ser galanes de monjas o tizones del infierno, a cambio de suculentos manjares culinarios o excelentes vinos; solo al alcance de los Grandes de España.

Para gozar de encantadoras y distinguidas damas o sus influencias, no flaqueaban en jurar casamientos de caros pleitos, manchando el honor familiar, que tras misteriosas huidas de pueblos dejaban las universidades plagadas de desgraciados e ilegítimos vástagos, condenados a la eterna beneficencia. Cuando fracasaban en sus atrevidas encomiendas, presto empeñaban libros, elegantes vestimentas, objetos robados. Escondidos en pastelerías, tabernas y tiendas, esperaban noticias del cómplice arriero, o un golpe de fortuna que acabase con el desdichado infortunio.

Su debilidad por el juego les hacía caer en desgracia, las más de las veces eran calados buscando el barato[4]que se repartían los fulleros, o el cobro de patentes que les aseguraba su modus vivendi. Si toda argucia fracasaba, hurtaban algo fácil y a la mano, lo que se conocía como "correr". Muy temido en las aldeas era "hacer el paseo" o desfilar en bandadas por las calles formando gran tumulto y confusión, a la espera del desliz en el cierre de negocios, que con maña procedían al saqueo de sus más preciados géneros.

El hambre estudiantil provocó la clausura de escuelas y universidades, abocando al levantamiento. Precisó el astuto pupilo de engañosos espectáculos. La labor mendicante era un acto sutil y premeditado. El postulante, moscardón o moscón elegido para el delicado menester, debía ser gran embaucador, persuasivo y convincente para lograr gorda y sustanciosa recaudación. Se procedía a la burla en caminos, aldeas, tabernas; la recompensa podría ser, monedas, guiso o catre y para el pregón se valían de un perfecto dominio de la situación: Quidam pauper scolasticus opresus necesitate[5]"

Disfrazados de estudiosos, aunque con ajustadas nociones de Astrología, Física, Química y demás disciplinas que la torpeza de la época ensalzaba al grado de artes mágicas. Confundían al pueblo con pequeños y mañosos trucos de asegurar lo evidente, predecir lo lógico, mover objetos, leer las rayas de la mano. En realidad semejantes pendencieros en su vida abrieron libro alguno o consultaron tratado de Astrología conocido. La leyenda de la cueva de Salamanca reforzó eternamente sus credenciales; engrandeció y dio solera al embustero y oportunista escolástico. Tal insensatez, aseguraba al mismo Lucifer impartiendo nigromancia en una cueva a siete pupilos durante siete años, acabado el adiestramiento y como pago, dispondrá de uno de los bachilleres; precisa el embuste, que el Marqué de Villena fue el peculio de una de esas demoniacas promociones y, en su intento de fuga perdió la sombra. La absurda fabula, inspiró y originó simpáticas y curiosas tomaduras de pelo de ingenuos.

"El Lunes de Aguas" es una tradición festiva de origen pagano. Impuesta por Felipe II en 1543 a su paso por Salamanca, camino de desposarse con María de Portugal. Encontró el monarca a sus habitantes en continuas orgias con una pecaminosa ciudad, presa de la lujuria e infringiendo la Cuaresma. Impuso el ayuno, mandó desalojar las mancebías y enviar a las cortesanas fuera del pueblo desde el miércoles de Ceniza hasta el lunes de Pascua, por respeto a ricos e influyentes católicos, alejando la tentación. Nombró un cancerbero o custodio, el Padre Lucas, pronto el pueblo no titubeó en enaltecer al clero como "el Padre Putas," encargado de sacar a las rameras de la ciudad, compartir refugio con ellas desafiando toda tentación, distraerlas aunque sin detallar cómo, confinadas y alejadas al otro lado del Tormes. El lunes de Pascua la ciudad esperaba ansiosa a la orilla del rio el fin del exilio de sus meretrices y volver al júbilo y la lujuria acostumbrada. Hoy se mantiene la tradición, aunque algo refinada, limitada a compartir el clásico hornazo en el campo, sin protagonismo de Baco y prescindiendo de los servicios de Afrodita, al menos con el descaro de entonces.

La alegre y lasciva ribera del Tomes le colmará de placeres, cuales fueren, permitirá al forastero beber en sus fuentes del amor y acceder a su desmedida sabiduría; sean amos o lacayos, sin distingos. Más perpetuará la voluntad de la caprichosa e impredecible Genética.[6]

                                               Salamanca 18 de marzo 2017 

                                                        Dr. Cayetano F. J. Pérez Gómez


[1] Studium de Palencia fue la primera universidad española. Salamanca fue la primera en tener el título de Universitas en el mundo, otorgado por Alejandro IV en 1255.

[2] Comer la sopa que se ofrecía a los indigentes en las porterías de los conventos o mendigando la comida ostiatim (de puerta en puerta). Se les llamó sopistas o sopones.

[3] Pedir dinero prestado con la intención de no devolverlo, ejecutar algún engaño o estafa semejante.

[4] Reparto de una pequeña parte de ganancias entre los mirones

[5] "Un pobre estudiante necesita ayuda".

[6] Quod Natura non dat, Salamantica non praestat.