UN FÉTIDO SIGLO DE ORO* (1492-1681)  

08.01.2017

     * El Siglo de Oro Español fue el periodo transcurrido entre la aparición de la Gramática Castellana de  Antonio Nebrija (1492) y la muerte de  Calderón de la Barca (1681). Época de casi dos siglos, el vocablo fue idea del  Marqués de Valdeflores, utilizado en su obra, Orígenes de la poesía castellana (1754). Nuestro esplendor en las artes, las letras y la política, entusiasmaron al mundo culto: las universidades españolas despertaron el interés de eruditos europeos por adquirir conocimientos de los sabios medievales hebreos y árabes, especialmente por la enigmática experiencia en las cartas geográficas de los continentes, americano y africano; además de las rutas marítimas hasta Oriente.






Escritores del Siglo de Oro
Escritores del Siglo de Oro



















Praxis médica en el Siglo de Oro
Praxis médica en el Siglo de Oro


Moda masculina en el Siglo de Oro
Moda masculina en el Siglo de Oro















Discusión de galenos
Discusión de galenos




Comida Real ofrecida por Felipe II
Comida Real ofrecida por Felipe II

















Los corrales de comedias
Los corrales de comedias


Disculpe el lector mi osadía y mi descaro. Más, tan brillante época de ilustrados del saber y la lujuriosa picaresca, con enloquecidos cupidos al acecho de victimas sin distingo de linaje, no puedo entender como Higía[1] descuidó su arduo menester. Acaso el olfato tan sublime en lo lascivo, pudo ser liberado y abolida su sutil misión de tan eminente negocio.     

España por entonces gozaba de plenitud política, militar, artística y literaria con mecenazgo Real (desde los gobernantes Católicos hasta Carlos III). Las ciudades más prometedoras eran, Madrid, residencia de la Corte; y Sevilla, puerto de Indias, de enorme actividad comercial. Los movimientos culturales del Renacimiento y el Barroco, aun distintos, se sucedieron de buen hacer, las letras hispanas resplandecieron con las míticas figuras literarias de Cervantes, Góngora, Lope de Vega, Quevedo y Calderón de la Barca; en pintura, Zurbarán, Alonso Cano, Ribera, Rodríguez de Silva, Velázquez, Murillo y el Greco, reflejarían en sus lienzos aterradoras e inolvidables escenas; Luis de Victoria amenizaría monótonas veladas, con su musicalidad; Berruguete sorprendería en escultura, Colón engrandecería nuestro soberano y poderoso imperio, etc.

Mi hipótesis en tan esplendoroso periodo, mantiene que, "La Edad de Oro fue un sublime regalo al mundo culto. España parió las más ágiles, creativas e ingeniosas mentes de las artes y la literatura."

La ignorancia y pobreza del pueblo español era desmesurada, de extremo analfabetismo. Tal derroche cultural solo sería apreciado por una minoría ilustrada y poderosa: la Nobleza y el Clero. Los "Grandes" como mentores del conocimiento; la Inquisición infringiendo terror y dolor en nombre de Dios, siempre tras el control. Ambos, abusones de ese injusto y denigrante sistema estamental, exento hasta del agobiante tributo Real. Sus autores nunca verían recompensada a satisfacción su ardua labor, el lacayo más preocupado en saciar sus hambres que en distraer su dura e inculta mollera. Al errante artista no le quedaba otra que malvivir, aunque agradecido, de tan arrogante e inmortal legado.

La originalidad de Gutemberg facilitaría la difusión literaria y el uso de las lenguas vulgares; e hizo que la cultura llegara al pueblo como manuscrito o mejor a través de los afamados corrales de comedias, tan populares en Madrid. Al librepensador le ofreció nuevas fuentes de ingenio político, religioso y artístico. Pero, había que ser cauto y discreto, la iglesia eliminaría toda amenaza: presto y sin flaqueza sería declarado herejía o brujería; y aplicado su atroz, aunque divino y según ellos, justificado tormento.

Tampoco existió sanidad y sí muchos males al acecho, las infecciosas tan frecuentes como asesinas, pasaban cara factura (la viruela, la sarna, la erisipela, el tracoma con su fatal ceguera). El pensamiento médico vigente era el "hipocratismo galenizado", los achaques eran el resultado del desequilibrio humoral. La técnica de las fuentes permitiría practicar incisiones en miembros o nalgas, donde un dispositivo metálico impedirá su cicatrización, y la supuración de sus lesiones lograrán purificarlas, hasta eliminar los malos humores. Se temía a las epidemias, solo la peste atlántica acabó con 600.000 españoles en 1605.

 En tan emotiva era, existían ya en Madrid los Hospitales públicos de la Latina y del Buen Suceso, desbordados por sus múltiples quehaceres de, mantener indigentes, curar y educar desvalidos, acoger desahuciados, enfermizos, tuertos, idiotizados, tullidos y locos. La praxis médica cotidiana se limitaba a "sangrías, lavativas, purgas, sudoraciones y ventosas" y siempre las mismas absurdas cosas, se rezaba en los mentideros; otros remedios altamente sofisticados eran, el polvo de momia, la piedra de bezoar (cálculos de los intestinos de animales) y los anti-venenos; como técnicas quirúrgicas, la trepanación craneal, la amputación de miembros y la reconstrucción de narices por la afición al depravado duelo.

   El agua como práctica higiénica no se estilaba. Los galenos la despreciaban por considerarla perjudicial a la vista, provocar dolor dental y catarros, empalidecer el rostro, dejar los cuerpos sensibles al frio en invierno y resecar la piel en verano, esa capa de suciedad en ausencia de lavado era lo que protegía de las indisposiciones. También la iglesia condenaba el baño por libertino y ostentoso. Se recurría a las fuentes de agua con propiedades curativas. En Madrid la fuente de S. Isidro era eficaz contra calenturas y las fiebres tercianas; la fuente de Santa Apolonia en Atocha curaba el mal de estómago, mal de piedra y de riñones. Los médicos temían a sus poderosos intrusos, aunque menos doctos y costosos, más accesibles a débiles sustentos, los Maeses o Barberos que sangraban y sacaban muelas; los Sacapotras, Maeses o Maestros cirujanos que reparaban hernias y quebraduras y los Algebristas que arreglaban huesos luxados o rotos. Igualmente había curanderos de dudosa reputación, santiguadores, ensalmadores y charlatanes vagabundos cuyos recursos sanadores eran la superstición, usaban nóminas o amuletos formados por bolsitas de escrituras con conjuros o nombres de santos, piedras con supuestas propiedades curativas, con signos del zodiaco, oraciones o fragmentos del evangelio. Sus dolencias acostumbradas eran el mal de ojo y la posesión diabólica; y su solución, juraban, era conversar con el demonio para obtener sus remedios.

Los trajes de época se desechaban impúdicos, roídos o con pulgas, estaban diseñados para contener el mal olor de las partes íntimas. A veces, un criado abanicaba a su señor, no con fines de aliviar su calor, sino de esconder su asqueroso olor, y alejar los mosquitos pululantes tras de sí.

La frecuencia del baño era casi anual, con enormes bañeras y un estricto orden prelativo: el cabeza de familia era el primero en sumergirse, seguido del resto de hombres y después las mujeres, sendos sexos en decrecientes edades; finalmente niños y bebes, de ahí el horror y desprecio de todo infante a las abluciones. La costumbre de celebrar bodas en junio obedecía a que la fecha del baño era común en mayo; el ramo de flores nupciales neutralizaba el mal olor corporal, al igual que la costumbre de las flores en la iglesia, en el carruaje o en el tugurio del convite, controlaba el desagradable tufo ambiental.

En los siglos XVI y XVII no se recomendaba el agua, se consideraba perjudicial por dilatar los poros de la piel y dejar libre la entrada de miasmas, se desconocían las bacterias, había que esperar al ingenio de Pasteur. A menor frecuencia de baños disminuían las posibilidades de enfermar, lo que se respetaba celosamente Se aceptaba el lavado parcial de cara, cuello, manos y brazos, contraindicada la inmersión total del cuerpo. Las bañeras eran consideradas presuntuosos objetos de postín.

        Los desnudos obviamente lucían mugre y roña; resultado del sudor, el polvo de los caminos y la porquería de las armas. Se recurría a la limpieza de los cuerpos en seco: se frotaban con paños olorosos o se introducían éstos en las partes íntimas. Tampoco las damas eran ejemplo de pulcritud. Cervantes las describía como <sucias, y desaliñadas, de hombruno olor, sudadas y correosas>. Ante tan imprudente y peculiar aseo, había que enmascararlo, para lo que existían una gran variedad de perfumes y afeites, siendo muy común "el agua de ángeles". No era costumbre el aseo social, pero se cuidaba en demasía la apariencia exterior. Los de alto abolengo lucían un pulcro aspecto con variadas mudas de vestimenta: camisas, cuellos y puños; preferentemente de colores blancos.  

Las moradas, hasta las de alcurnia, carecían de baños y retretes, las inmundicias eran recogidas en servidores (bacines u orinales) y vertidas a la vía pública tras las ventanas con hipócritas advertencias de "agua va". La extendida costumbre de largas capas y sombreros de ala ancha como protección de los traicioneros vertidos fecales. La calle era realmente el foco infeccioso, el vertedero de la ciudad. La gente se aliviaba a la intemperie, un curioso edicto de época defendía al sorprendido en sus vulgares y vergonzosos quehaceres, exigiendo al fisgón olvidar tan grotesco espectáculo. La contaminación atmosférica era notable y descontrolada, las exhalaciones de sus excrementos difundían la ponzoña. Las escorrentías acumulaban los residuos en las partes bajas de la ciudad, formando los lodazales de deplorables condiciones higiénicas e insoportable fetidez, a lo que había que añadir las demás criaturas molestas e indeseables.

Se comía sin escrúpulos y con las manos en cualquier ambiente, hasta la realeza carecía de modales. La clase social condicionaba el poderío gastronómico: pan de trigo o cebada untados con aceite o vino era el alimento plebeyo, y la desnutrición su peculiar dolencia; la poderosa clase acomodada disminuía el pan e incrementaba las carnes de vaca, cordero o caza, lo que provocaba la gota o los depósitos del temido úrico en articulaciones, o más gravemente en riñones. Se despreciaban las verduras, las frutas y la leche; el pescado, quedaba relegado a zonas costeras. El vino se recomendaba mezclado con agua, las mujeres no disfrutaban la placentera y alocada fermentación. Llamar borracho a alguien, era un grave insulto que exigiría una satisfacción. El chocolate alcanzó gran éxito entre la clase alta, además de otras golosinas.

La descuidada dentición pasaba altos tributos, las caries y otras afecciones bucales aseguraban insoportables halitosis. El noble recurría a las mezclas aromáticas para enmascarar su insoportable hedor. El pelo nunca se acicalaba, lucíase sucio y grasiento, con molestos habitantes dispuestos para un nuevo huésped; frecuentemente el cabello era camuflado con la tradicional peluca, no al alcance del vasallo.

La vida resultaba tan intrigante como peligrosa, especialmente la nocturna, al igual que las calles, tabernas y bodegones. Todo el mundo portaba armas y el honor era sutilmente dañado y celosamente defendido, el más mínimo desliz debía ser reparado y exigía una satisfacción. Los espadachines diestros en el arte de batirse en nombre de cualquiera, por unos pocos maravedíes.

        Los lupanares de la noche, con fuerte olor a hembra, orina y vino rancio adulterado; alimentados de tenue luz para enmascarar su promiscua clientela. Lugares de pecado carnal o desenfreno, olvido de hambres, desdichas y amoríos imposibles, pero constante morada de musas artísticas y literarias.

Las diligencias eran el medio de transporte social y en los lugares de parada o casas de postas, los carruajes permutaban las sumisas bestias, se realizaba la asignación de postillones[2] para los correos, viajeros o ganados. Al viajero se le ofrecían viandas y camastro donde reponer los maltratados huesos; tampoco eran lugares ni seguros, pues el bandolero acechaban al viajero, ni limpios, sus catres ávidos de piojos, pulgas y las chinches campando por doquier.

Tan descarado y atrevido momento bufo, de inmundo aseo social en infectas y malolientes urbes, aunque de gloriosa inspiración burlesca sin ocultar lo feo, zafio o vulgar:

"Piojos cría el cabello más dorado, legañas hace el ojo más vistoso, en la nariz del rostro más hermoso el asqueroso moco está enredado" (Quevedo)

                             Puerto de Mazarrón a 23/06/2016

                                Dr. Cayetano F. J. Pérez Gómez


[1] Diosa griega de la limpieza, la curación y la sanidad.

[2] Mozos a caballo guías de la posta (caballería preparada en el recorrido de una diligencia para hacer el relevo).